Regla de Vida
1986 Arlington, Virginia EE. UU.
Philadelphia, Pennsylvania EE. UU.
Copyright © 1986 por Las Siervas Misioneras de la Santísima
Trinidad y por Los Siervos Misioneros de la Santísima Trinidad
CONGREGATIO
PRO RELIGIOSIS
ET INSTITUTIS SAECULARIBUS
Prot.. N° V 123 -1/83
D E C R E T O
La Congregación para Religiosos e Institutos Seculares, en virtud de su autoridad para erigir, dirigir y promover institutos de vida consagrada, despues de detenido estudio de la Regla de Vida de las Siervas Misioneras de la Beatísima Trinidad y de los Siervos Misioneros de la Santísima Trinidad, y aceptando la solicitud presentada en con junto por los dos Custodios Generales y sus Consejos, concede su aprobación, dentro de los limites del derecho canónico, a la Regla de Vida, enmendada de acuerdo a las observaciones de esta Congregación.
Que esta Regla de Vida inspire en todos los miembros de ambos institutos a un compromiso cada vez más profundo con la vida consagrada, de acuerdo al espiritu de su fundador común y para gloria mayor de la Beatísima y Santísima Trinidad.
Dado en Roma, 26 de mayo de 1985 Fiesta de Pentecostes
EN EL NOMBRE
DEL PADRE,
DEL HIJO
Y
DEL ESPÍRITU SANTO.
AMÉN.
En los albores del siglo 20 el Padre Tomás Agustín Judge, C.M., fue ordenado sacerdote, cuando en los Estados Unidos la Iglesia se enfrentaba a la tarea de absorber a miles de inmigrantes procedentes de los países católicos de Europa Oriental y del Sur. Durante los primeros años de su sacerdocio, la Iglesia experimentó el reavivamiento del Nativismo, el proselitismo activo de los inmigrantes católicos, y la erosión de la fe católica entre las personas carentes de cultura o de instrucción en la fe, entre los indiferentes y entre aquellos católicos americanizados que reaccionaban a la aparente extranjerización y paternalismo de la Iglesia.
Una experiencia de diez años en el ministerio y la lucha diaria con estos sucesos que tocaban las vidas de las personas a quienes él servía, convencieron al Padre Judge, que el sacerdote por sí solo no bastaba para enfrentarse a las necesidades del momento. Se dio cuenta que el poder para el bien pero sin dirección, que estaba latente en los laicos, debía ser aprovechado. Así, en un tiempo en el cual el apostolado de los laicos era una considerable innovación, el Padre Judge predicó el compromiso apostólico a los laicos en general.
El 11 de abril del 1909, seis mujeres respondieron a la petición del Padre por apóstoles laicos, asistiendo a una reunión en Brooklyn, Nueva York, para compartir en la misión y ministerio de la Iglesia. En los años subsiguientes, la influencia del Padre Judge inspiró a muchos hombres y mujeres de toda condición, para hacerse miembros de su banda apostólica, conocida después y aceptada por la Iglesia, como el Apostolado Seglar del Cenáculo. El Padre Judge se convirtió para ellos en ejemplo de celo misionero y de oración personal. El les enseñó que la esencia de la espiritualidad apostólica reside en la devoción a la Trinidad, y que ésta devoción, tiene que ser expresada en amor y preocupación por el prójimo -en especial por aquellos que tienen gran necesidad espiritual y temporal,
o por los menos atrayentes.
Como pionero del apostolado de los laicos en los Estados Unidos, el Padre Judge no pensó en ello como algo innovador. Al contrario, reclamaba que el ministerio mutuo del sacerdote y de los laicos en la misión de la Iglesia, no era “un nuevo espíritu inventado en tiempos modernos” sino más bien “el espíritu del Evangelio”, el fuego que Cristo vino a derramar sobre la tierra, deseando que permanezca ardiendo en otros, a través de la obra de su Espíritu.
Entre los años 1910 y 1915, siendo el Padre Judge miembro activo de la Banda Vicentina Misionera, estableció grupos de apostolado laical en grandes ciudades y pueblos pequeños, desde el Estado de Maine hasta Virginia Occidental. Durante estos años, con el consejo especial del Padre Judge, algunos de estos seglares se dieron de lleno a la labor del Cenáculo Misionero en vida apostólica comunal. En 1912, bajo el auspicio del Cardenal Gibbons, algunas mujeres asociadas abrieron un Cenáculo Misionero en Baltimore, Maryland, para cuidar de jovencitas sin hogar y sin empleo, y para trabajar entre los inmigrantes italianos en esa ciudad. Al año siguiente se inició otro Cenáculo Misionero en Bridgeport, Connecticut, donde la labor de los asociados fue pionera en la oficina de Caridades Católicas de la diócesis. Ya para 1915, cuando el Padre Judge fue inesperadamente asignado a una misión rural de los vicentinos en Opelika, Alabama, algunos de los hombres y mujeres entrenados por él en el apostolado, lo siguieron al centro del sur de Los Estados Unidos. Entre 1916 y 1918, mientras el Apostolado del Cenáculo continuaba floreciendo en el norte, un número de laicos voluntarios, entregaron sus vidas completamente al Cenáculo Misionero, el cual tomó forma diferente en una área rural y remota del sur. Emergió entonces el comienzo formal de una vida religiosa y apostólica, distinta.
Ante todo con propósitos legales, miembros del Cenáculo en Alabama, fueron incorporados en febrero del 1918, bajo el título de “Siervas Misioneras de la Santísima Trinidad”. La incorporación especificaba en aquel tiempo a “las damas católicas” que trabajaban en Alabama, pero este mismo título representaba la devoción esencial y el empuje apostólico de ambas comunidades religiosas emergentes, la de hombres y la de mujeres. Por un tiempo ambos grupos usaron el mismo nombre.
Muy pronto el llamado a misión se extendió más allá de Alabama, cuando obispos y párrocos de otras partes del país, solicitaban los servicios de los siervos misioneros. El Padre Judge aconsejó, tanto a los hombres como a las mujeres de los Siervos Misioneros de la Santísima Trinidad, que su misión central a la humanidad, era ser siervos del Dios, Uno y Trino, en las vidas de las personas a quienes servían. Cómo habían de ser tales siervos, lo expresó en dos principios guías: preservación de la fe, y celo por los abandonados. Además les advirtió, que habrían de “servir a la Iglesia, ... pensar con la Iglesia, ...y albergar en sus corazones todo lo que la Iglesia alberga en el suyo propio.”
La aprobación de la vida y la misión del Cenáculo, comenzaron con la bendición del Obispo Edward P. Allen, de Mobile, Alabama, y en el curso de algunos años fue expresada en elogios por otros miembros de la jerarquía. Para el Padre Judge, la aprobación quizás más significativa, fue la del Delegado Apostólico, Arzobispo Juan Bonzano, quien en el 1920 dirigió su aprobación a ambas comunidades religiosas recién formadas, y al Apostolado Seglar del Cenáculo. De ahí en adelante, lo que el Padre dio en llamar “La Familia del Cenáculo Misionero,” siguió creciendo.
Dentro de esta Familia del Cenáculo había una mujer joven, de insólito talento natural y extraordinario liderazgo espiritual. Louise Margaret Keasey, maestra de escuela de Butler, Pensylvania, había viajado al sur en 1916 a la edad de 31, para prestar cualquier servicio que ella pudiera a la esforzadora banda y para enseñar en su escuela-misión en Phenix City, Alabama. Para el año 1919, fue asignada por el Padre Judge para ser la primera Custodia General de la nueva comunidad de Hermanas, recibiendo el nombre de Madre María Bonifacia. Bajo el liderazgo combinado del Padre Judge y la Madre Bonifacia, la Familia del Cenáculo Misionero se desarrolló en formas distintas de vida apostólica: clero, religiosos y laicos. Algunos de los jóvenes que siguieron al Padre Judge hacia el sur, lograron con la ayuda y animación de Madre Bonifacia, ser los primeros sacerdotes de la Familia del Cenáculo. En 1929, los sacerdotes y Hermanos, recibieron de Roma su estado canónico oficial, siendo establecidos como Instituto Clerical, bajo el nombre de “Siervos Misioneros de la Santísima Trinidad.”
La Madre Bonifacia, falleció en 1931. Menos de tres meses después de su muerte, en febrero de 1932, las Hermanas recibieron estado canónico de Roma, bajo el nombre original de “Siervas Misioneras de la Santísima Trinidad”.
La aprobación inicial canónica dada a los Siervos Misioneros, fue para Padre Judge de mayor importancia, porque este nuevo estatus incorporaba el viejo desde el cual se había desarrollado; El Apostolado del Cenáculo se mantenía, ya que las reglas de ambas congregaciones religiosas obligan a sus miembros a promover y a entrenar apóstoles laicos, para la misión de la Iglesia.
El Padre Judge murió en el 1933. Bajo la guía del Espíritu Santo, la Familia del Cenáculo Misionero continuó su crecimiento. En 1958, cada una de sus Congregaciones Religiosas: la de sacerdotes y Hermanos y la de las Hermanas, recibieron su Estado de Derecho Pontificio y el Decreto de Alabanza [Decretum Laudis], de Roma. El original Apostolado Seglar del Cenáculo, es ahora conocido como el Apostolado del Cenáculo Misionero, dentro del cual hay una Pía Unión, El Instituto Misionero de la Beatísima Trinidad, erigido en el año 1964.
Así, la gracia dada al Padre Judge y a la Madre Bonifacio por el Espíritu Santo, continúa en la Iglesia hasta hoy. El Padre Judge expresó la esperanza, que “esta santa tradición” continúe viviendo en estas palabras;
La idea de familia es amada por Dios y por la Iglesia... Yo declaro que reconozco el valor de un espíritu de familia y de una familia laborando en la Iglesia, de una familia que con fervor tomará de los labios del Señor estas palabras: “Vayan pues a las gentes de todas las naciones y háganlas mis discípulos, bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).
[ Nota: Las palabras en letras cursivas son citas directas del PadreTomás Agustín Judge, C.M.]
Nuestro Señor albergó en su corazón el gran deseo de crear un espíritu, un espíritu misionero, un ardor evangélico que se extendiera por el mundo entero. El vino a prender fuego en el mundo, y quiso que éste ardiera.(Lc 12,49). El Espíritu Santo encendió este fuego en nuestros corazones. Ésta es nuestra herencia: el espíritu apostólico, el espíritu de los Evangelios, el espíritu católico. El espíritu del Cenáculo es caridad, caridad ardiente.
Somos dos institutos religiosos de derecho pontificio, dos ramas de una misma familia apostólica. Hemos sido llamados por Dios para ser misioneros en la Iglesia: unas como Hermanas: las Siervas Misioneras de la Santísima Trinidad, y otros como sacerdotes, Diáconos y Hermanos: los Siervos Misioneros de la Santísima Trinidad. Juntas, las ramas religiosas y las laicas, formamos la Familia del Cenáculo Misionero.
Por la manera en que vivimos nuestras vidas, los
3. siervos misioneros aspiramos ante todo a glorificar al Dios Trino. Seguimos las huellas de los apóstoles, los cuales llenos del Espíritu Santo, salieron del cenáculo a propagar por todas partes el conocimiento y el amor de Jesús. Vivimos y laboramos para que el nombre del Señor sea santificado, para que venga a nosotros su reino y para que se haga su santa voluntad (Mt 6,9-10).
El pensamiento misionero, la idea misionera, la acción misionera, deben ser dominantes en nuestros Cenáculos Misioneros. Respondemos a las urgentes necesidades del presente llevando a cabo obras que la Iglesia considera buenas y necesarias, y las cuales han sido abandonadas. En todos nuestros empeños apostólicos reconocemos la autoridad de los obispos, y su papel especial como símbolos de unidad y como pastores de las iglesias locales.
Nuestra misión específica es la preservación de la
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fe en las regiones y entre los grupos de personas
espiritualmente olvidadas y abandonadas, y especialmente entre los pobres. Nuestro mayor esfuerzo lo dedicamos a desarrollar el espíritu misionero entre los laicos, con la meta de que todo católico sea un apóstol.
Hemos de tener un celo ardiente por los pobres y
6. por aquellos desposeídos de todas las cosas espirituales y por las víctimas de injusticia. La caridad nos urge a actuar en nombre de la justicia, como parte integral de nuestra tarea de anunciar la venida del Reino.
El espíritu del Cenáculo es un espíritu católico, un amor vivo, ardiente y activo, hacia Dios y hacia el prójimo.
Hemos de compartir este espíritu, promoviendo y apoyando los ministerios laicos en la misión de la Iglesia. Reconocemos que tenemos “dones diferentes, pero el mismo Espíritu; ministerios diferentes, pero el mismo Señor” (1 Co 12,4).
Hemos de convocar a todo hombre y mujer de
8. espíritu apostólico, para que sean laicos asociados a la Familia del Cenáculo Misionero. El espíritu de familia debe manifestarse a través de la consideración mutua entre los miembros de las ramas religiosas y laicas, y cuando sea factible, a través de la colaboración en obras apostólicas. Es nuestra responsabilidad particular como miembros religiosos de esta familia, conservar el espíritu del Cenáculo y ser el santuario donde se mantiene vivo este fuego. El Padre Judge manifestó, que si se mantiene el espíritu auténtico y se transmite el espíritu originario, esta idea de familia engendrará los más hermosos frutos, para honor y gloria de Dios y para la edificación de la Iglesia.
El espíritu del Cenáculo es un espíritu cristiano de “la fe que obra por amor” (Gál 5,6). Hemos de confesar con el corazón los misterios de la fe: la Trinidad, la Encarnación y la presencia continua del Espíritu Santo. Aspiramos a un conocimiento devocional de estos misterios, esto es, a una fe personal profunda e íntima que no descansa hasta encontrar expresión en buenas obras. Nuestras buenas obras a su vez, alimentan nuestra vida de fe y dan frutos en la santidad apostólica.
Hemos de tener un amor personal a Dios Padre, a
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su Hijo Jesucristo y al Espíritu Santo que mora en nosotros.De manera particular, reverenciamos en nuestro trabajo y ennuestras oraciones, al Cristo del Calvario, desnudo yabandonado. Expresamos este amor al servir personalmentea sus pobres y abandonados.
Hemos de hacer que otros conozcan y amen más
11. al Espíritu Santo. En las continuas oraciones de nuestros cenáculos, buscamos atraer al Espíritu Santo para que nuestros corazones se enciendan con el amor de Dios, y poder propagar este fuego a otros. Pedimos que se nos otorguen los dones del Espíritu, especialmente sabiduría y fortaleza.
El espíritu del cenáculo es un espíritu del
12. Evangelio. Para poder seguir a Jesús más de cerca así como los Evangelios lo indican, nosotros profesamos con votos públicos los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, como la expresión más plena de nuestra consagración bautismal. El mensaje irrenunciable de los Evangelios nos llama a ejercer nuestro papel profético como testigos de la verdad.
La vivencia de los votos en comunidad nos une en
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nuestros respectivos Institutos, en la fe, la esperanza y elamor. Nos esforzamos en imitar a los primeros cristianos,quienes tenían un solo corazón y un solo sentir, y se nutríande las enseñanzas de los apóstoles, de la fracción del pan yde la oración en común (Hch 2,42; 4,32).
Hemos de tener en alta estima la Palabra de Dios.
14. En especial veneramos los Evangelios, ya que éstos nos narran, cómo Jesús nos enseña a través de la palabra y el ejemplo, el camino hacia el Padre. Reflexionando en la providencia de la vida diaria, a la luz de los Evangelios, alcanzamos un conocimiento devocional de los misterios de la fe y arribamos a una comprensión más profunda de nuestra propia experiencia. Hemos de tener cada uno un ejemplar de la Sagrada Escritura, y usarlo con frecuencia en oración y en proclamación.
15. La Eucaristía es el sol y el centro de nuestras vidas apostólicas. Hemos de adorar a Dios en la celebración diaria de la Eucaristía, nuestra participación sacramental en el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Hemos de preparar y celebrar la Liturgia Eucarística de tal manera, que sea expresión genuina de comunidad y fuente de vitalidad apostólica. Hemos de reverenciar la presencia sacramental de nuestro Señor Jesús, y todo lo relacionado con la Eucaristía, especialmente el sacerdocio.
Debido a que necesitamos por nuestra fragilidad
16. humana de la misericordia de Dios, hemos de frecuentar el Sacramento de la Penitencia en busca de reconciliación y sanación. A través de la experiencia del perdón sacramental, aprendemos a sentir más piedad y compasión
hacia los demás.
El espíritu del Cenáculo es un espíritu de oración. Reconocemos que sólo una persona espiritual puede vivir una vida apostólica, y que no podemos ser espirituales sin la oración. Se atribuirá un gran valor a los periodos de oración en silencio y a los de recogimiento. Hemos de dedicar a diario un tiempo adecuado para la oración personal, para la meditación y para la lectura espiritual. Nuestra lectura ha de incluir los escritos del Cenáculo Misionero, y siguiendo nuestro lema sentire cum ecclesia, hemos de reflexionar, en espíritu de oración, sobre los documentos de la Iglesia.
Cada cierto período hemos de dedicar un tiempo
18. más prolongado a la oración y a la reflexión. Cada uno ha de hacer un retiro espiritual anual. Para ser más receptivos a la luz e impulso del Espíritu Santo en el seguimiento de Cristo, se recomienda el procurar recibir dirección
espiritual.
Hemos de glorificar al Dios Trino a través de la
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oración común, en especial en la Liturgia de las Horas.
Oramos juntos para promover mayor fervor en el
apostolado, apoyo mutuo en la vida comunitaria, y lazos
más fuertes dentro de la Familia del Cenáculo Misionero.
Alentaremos a otros a compartir nuestras oraciones.
Nuestra oración no debe de ser una oración personalista ni limitada. Ha de llegar al trono de Dios sólo después de haber tocado los puntos más lejanos de su creación; de haber lamentado y deplorado toda miseria humana; y de haberse regocijado en la bondad de Dios.... Por consiguiente, hemos de orar por las necesidades de la Iglesia en su totalidad, sobre todo por el Santo Padre, por los obispos y por los sacerdotes; por la juventud y por los enfermos; por los afligidos y por los abandonados. Tenemos la obligación especial de orar por nuestros parientes vivos y difuntos, nuestros amigos, nuestros bienhechores y por los miembros de la Familia del Cenáculo Misionero.
En nuestra familia religiosa tenemos una devoción
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especial a María, Reina del Cenáculo Misionero, a José, amigofiel y poderoso, a los apóstoles, seguidores ardientes de Jesús,y a Vicente de Paúl, patrón de la caridad y de la humildad.
El espíritu del Cenáculo es un espíritu apostólico que encuentra su perfección en el celo, el fuego blanco de la caridad. Hemos de perfeccionarnos en el espíritu y en las virtudes del Cenáculo, hemos de vivir y morir como hombres y mujeres sencillos, prudentes, humildes y generosos; como hombres y mujeres de sacrificio, de paciencia, de abnegación, cuyas vidas son agotadas y consagradas al servicio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Cristo nos llama a seguirle con libertad de espíritu
23. y que participemos en su despojarse de sí mismo en favor de los demás (Flp 2,7). Él era célibe y pobre (Mt 8,20) y obediente hasta la muerte (Flp 2,8). Con libertad profesamos los votos de castidad, pobreza y obediencia, como una respuesta personal a Dios en fe, cuyo amor el Espíritu Santo ha derramado en nuestros corazones. (Rm 5,5).
Nuestra profesión de vida religiosa nos une a la
24. Iglesia y a su misterio de manera especial. La profesión de los votos, por la gracia del Espíritu Santo, nos congrega en comunidad en nuestros respectivos Institutos para la misión apostólica. Nuestros votos han de ayudarnos a expresar un amor mutuo más generoso en comunidad. La vida comunitaria a su vez, ha de contribuir a una vivencia fiel de los votos.
Imitamos el amor sincero y singular de Jesús quien
25. se entregó por nosotros como ofrenda a Dios. (Ef 5,2). Nuestra entrega personal en castidad consagrada, ha de liberar nuestros corazones, para amar y recibir amor de todos aquellos que son parte de nuestra comunidad y ministerio. Nuestra castidad ha de encontrar su expresión en un cálido y desprendido amor por los otros.
En virtud del voto de castidad, prometemos
26. permanecer célibes y llevar una vida de continencia perfecta por amor a Dios y por razón del Reino (Mt 19,12). Al aceptar el don del celibato, expresamos nuestro amor preferencial al Señor Jesús.
En el espíritu del Cenáculo Misionero, hemos de
27. apoyarnos y comprendernos unos a otros, alegrándonos con aquellos que se alegran y entristeciéndonos con aquellos que se entristecen. De manera especial damos nuestro amor a los enfermos y ancianos, quienes son nuestro tesoro particular en comunidad.
Imitamos la pobreza de Jesús quien “siendo rico
28. se hizo pobre por causa de ustedes, para que por su pobreza fueran ustedes enriquecidos” (2 Cor 8,9). La virtud de la pobreza nos inspira a ser totalmente dependientes de la providencia de Dios, a estar sujetos a la ley común del trabajo, a atender el clamor de los pobres, y a vivir de manera sencilla, manteniendo todos los bienes en común, en nuestros respectivos Institutos.
Por el voto de pobreza evangélica renunciamos al
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derecho de usar y disponer de cualquier cosa de valor
material, sin permiso. Conservamos, sin embargo, el
derecho radical de poseer y adquirir bienes.
Hemos de ser administradores responsables de los
30. bienes materiales que se nos confían. La tradición del Cenáculo, además, nos compromete a que seamos generosos al compartir con los demás y al ofrecer hospitalidad.
Imitamos la obediencia de Jesús, quien “se rebajó
31. a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz” (Flp 2,8). La virtud de la obediencia se funda en la fe y en el amor, en la generosidad y en el olvido de sí mismo. Nuestra obediencia ha de ser humilde y de corazón, sencilla y total, constante y fuerte, en toda circunstancia.
Por el voto de obediencia, nos comprometemos a
32. obedecer a aquellas personas que ejercen autoridad en nuestros respectivos Institutos, en todo lo relacionado con el cumplimiento de la Constitución y en la integridad de nuestra profesión religiosa. En virtud de nuestro voto de obediencia, hemos de obedecer al Santo Padre y mostrarle una lealtad particular.
Confiando en el Espíritu Santo, hemos de procurar
33. en nuestros respectivos Institutos descubrir juntos la voluntad de Dios en un ambiente de respeto y confianza. Con amor verdadero nos motivamos unos a otros a crecer en santidad apostólica, animándonos y exigiéndonos la forma apropiada de rendir cuenta de nuestra responsabilidad. Esta práctica de tomar consejo en materia de la vida y la misión en común, es una tradición muy apreciada del Cenáculo Misionero. Después de orar y de tomar consejo, aceptamos con humilidad las decisiones de aquéllos con autoridad.
En nuestros respectivos Institutos, la autoridad
34. religiosa es ejercida por aquellos escogidos para llamarnos a ser fieles a nuestra vocación como siervos misioneros. Las funciones de esta autoridad son: ayudarnos a buscar la voluntad de Dios, promover un auténtico espíritu de comunidad y unirnos en la consecución de nuestras metas apostólicas.
Esta autoridad, ministerio que sigue el ejemplo
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de Jesús quien vino no para ser servido sino a servir (Mt
20,28), tiene que ser ejercida de acuerdo con la
Constitución y otros estatutos de la ley común y particular.
Reconocemos el valor de consejo y consulta en
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asuntos importantes de interés común. En consejo de casa,
hemos de compartir la responsabilidad por decisiones que
afectan a la comunidad local. Los custodios locales y otras
personas designadas, ejercen autoridad personal dentro de
los límites de su mandato.
En los respetivos Institutos la autoridad plena la
37. ejercerá de manera ordinaria el Custodio General, con la asistencia del Consejo General. Esta autoridad abarca el liderazgo religioso y el gobierno de nuestros Institutos, el envío de los miembros a misión y la responsabilidad por la administración de nuestros bienes temporales.
En cada Instituto el Cenáculo General ejercerá la
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autoridad plena de manera extraordinaria. Éste se convoca
para elegir su Custodio General y su Consejo General, para proteger el patrimonio espiritual del Instituto y para fomentar su adecuada renovación, así como para legislar para todo el Instituto, en aquellos asuntos relacionados con políticas, obras y bien común.
El espíritu apostólico es poco común, invaluable, y muy superior al espíritu de un devoto común. Éste es el espíritu de aquellos grandes, abnegados y sacrificados amantes de Jesús, quienes dejan todo y se disponen a ir a cualquier parte.
Cada uno de nosotros ha de alentar y fomentar
40. vocaciones a nuestros Institutos religiosos. Buscamos candidatos, que aparte de cumplir con los requisitos canónicos, demuestren amor a Dios, afán de servicio al prójimo y espíritu de sacrificio. Estos candidatos han de estar familiarizados con la vida y el espíritu del Cenáculo Misionero.
Los novicios de cada Instituto han de ser instruidos
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sobre la naturaleza y práctica de los votos de acuerdo con
nuestro carisma. Al completarse el noviciado, los novicios
aceptados por cada Instituto hacen la profesión de votos,
de acuerdo a la Constitución. Este compromiso se seguirá
renovando hasta la hora de profesión de los votos perpetuos.
La profesión de los votos de castidad, pobreza y
42.
obediencia, según la Constitución, se hace al Dios Trino,
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y se recibe por el Custodio General del Instituto respectivo. Puesto que todos los miembros profesan los votos de acuerdo a la Constitución, todos tienen la misma obligación de cumplir con ella. La separación de nuestros respectivos Institutos ha de ser efectuada con caridad y equidad, de acuerdo con la ley común.
La fidelidad a nuestra vocación exige que
43. continuemos nuestro desarrollo espiritual, apostólico, académico, personal y social, según nuestra misión y metas comunes. Tenemos dones diferentes, según la gracia que nos fue concedida a cada uno (Rm 12,6). La vida en comunidad debe retarnos a descubrir, desarrollar y disponer de nuestros dones, no sea que la gracia de Dios haya sido concedida en vano (1 Co 15,10). Éste es un proceso que dura toda la vida y a medida que avanzamos en edad, hemos de seguir a Jesús en el poder del Espíritu, con mayor fidelidad cada vez más, hasta el día en que entremos con Él en la gloria del Padre.
Piénsenlo bien, háganse responsables del futuro del Cenáculo, recuerden que como ustedes son, otros serán. ¡Qué legado más hermoso, más bello pueden dejar, que el ejemplo de una vida fragante y rica en las tradiciones del Cenáculo! Esto quiere decir que aún después de la muerte, ustedes continuarán su apostolado a través de otros que han sido atraídos al servicio de Dios, por sus virtudes. Esto ha de ser mi constante oración; háganlo ustedes su constante esfuerzo.